LEYENDA DEL CALLEJÓN DEL MUERTO

    En las reuniones familiares alusivas a estas fechas no puede faltar escuchar los famosos relatos de miedo, en donde todos tenemos una historia que contar ya sea que la hayamos vivido o escuchado y que nos deja pensantes ante tales relatos. Para mi uno de los más enigmáticos y favoritos es el siguiente, la cual es muy  famosa entre nosotros los oaxaqueños.

    La leyenda del Callejón del muerto.

    La calle 2 de Abril de la capital oaxaqueña es ahora una transitada vía de salida del Centro Histórico. Antes, durante la época de la Colonia, muchas de las calles del centro de la ciudad eran pintorescos caminos adoquinados que serpenteaban hacia el cerro del Fortín y al río Atoyac. En los tiempos en que la corriente eléctrica no había sido instalada en la ciudad, rondaban «Los Serenos»; personas que patrullaban las calles portando un farol y que anunciaban en la quietud de la oscuridad las horas y mantenían vigilados los barrios de la población.

    Cerca de la Basílica de La Soledad corría un Sereno a mitad de la noche. Corría de prisa, rumbo a la iglesia del Marquesado; momentos antes, un grito desgarrador rompió el frío silencio del callejón 2 de Abril. El grito de dolor de un hombre llenó la callada atmósfera del rumbo. El paso veloz e insonoro del hombre que descendía por el callejón no parecía inmutar el ambiente.

    Al llegar a las antiguas calles del Marquesado, hoy División de Oriente, torció hacia la derecha, en dirección al templo de dicho barrio y tocó la puerta del curato con recios e insistentes aldabonazos que urgían imperiosamente la presencia del párroco. Después de un rato de estar llamado fuerte y reiteradamente el cura apareció en el umbral.

    -¡Vamos, hijo! … ¿Qué pasa?… ¡que te sucede!…

    -Disimule su merced lo intempestivo de la hora, en uno de los callejones de atrás de la Soledad ha sido apuñalado un hombre y requiere su confesión.

    -¡Cómo!… ¿ y no se te ocurrió recurrir al auxilio del cura de la Soledad o el de San José?

    -No, padre. El moribundo quiere que sea su mereced quien lo oiga en confesión…

    -Bien, hijo, sus motivos tendrá. Aunque el tramo es largo y la noche esta oscura como boca de lobo, vamos alumbra y guía

    A la mitad del callejón, tendió boca arriba, yacía el » sereno”, moribundo, mostrando tremenda puñalada en mitad del pecho. Era una puñalada de mano maestra.

    – Ahí está padre

    – Bueno. Toma el farol, que no lo necesito, y retírate a cierta distancia mientras lo confieso.

    Retirándose su acompañante, el cura se inclinó sobre el moribundo y empezó a confesarlo.

    El callejón del muerto

    Fue una confesión larga y penosa, interrumpida a cada rato por los espasmos de la agonía. Más la necesidad de descargar su conciencia hacía sobreponerse al moribundo, que al fin, pudo terminar su confesión. Después que lo absolvió, el cura se dirigió a su acompañante, hallando solo la linterna. Dio voces repetidamente llamándolo, pero nadie respondió.

    Intrigado por esta circunstancia y picado por la curiosidad de conocer quién era aquel al que había confesado en tan extrañas condiciones, tomó el farol y volvió sobre sus pasos para examinar al difunto, fue entonces al levantar el extremo de la capa con que le había cubierto el rostro que descubrió que aquel desconocido que ahora yacía cadáver, a la mitad del solitario callejón, era el mismo que había ido a llamar a la puerta del curato.

    ¡El mismo que lo había conducido ante su propio cuerpo, moribundo!

    El padre había confesado a un muerto y el propio muerto lo había guiado a su confesión.

    Sobrecogido de terror, con los cabellos erizados, a tientas y como pudo porque no quiso volver a tocar la linterna que había ocupado el muerto, regreso al curato. Muchos días después, presa de una violenta fiebre, aquel buen cura a quien no se sabe que oculto y misterioso designio había escogió para participar en tan terrible lance, se debatió entre la vida y la muerte. No murió, pero funesta consecuencia de aquella espeluznante aventura, conservó por el resto de sus días una completa sordera en el oído con el que escuchó la confesión del muerto.

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